jueves, 26 de noviembre de 2015

voces de jueguetes

Eran pocos quienes creían que no fue un accidente. No es común que un pequeño que llama “bebé” a su hermana, la mate de una forma tan fría y sobre todo, cruel. 
La bolsa de plástico en su cara, la bola de algodón en su boca, casi hasta la garganta, sin duda era parte de un juego. De esos juegos que los niños a veces tienen, pero que rara vez traen consecuencias funestas. 
A sus 7 años no le era muy fácil comprender a la muerte, que de hecho, jamás terminamos de comprender; pero algo le quedaba claro: jamás vería a su hermanita de nuevo. Nadie lo haría. Y todo por su culpa. 
A veces, mamá lo enviaba a buscar cosas en la habitación de su hermana. A limpiarla, le decía otras tantas. 
A él no le gustaba entrar ahí. Mucho menos permanecer. Pero eran las órdenes y debía hacerlo.
En cuánto entraba podía oler el perfume de su hermana, la pequeña Ximena, que si bien ya no tendría porque estar ahí, lo estaba.
Luego le parecía escuchar sus risas y sus gritos. Los mismos gritos y risas que soltaba cuando correteaban alrededor del comedor, o al intentar esconderse bajo la escalera. Pero nada de eso sucedía en realidad. Todo era en su cabeza, porque no volvería a pasar de nuevo en lo que se llamaba el mundo real.
“Juega conmigo, hermanito”. 
Salía tan aprisa como entraba. A veces estaba tan aterrado que olvidaba por que había ido, y tenía que volver. 
“¿Por qué ya no juegas conmigo? ¿Ya no me quieres?”
No era posible que esas voces las oyera en su cabeza. Era, de cierta forma, la voz de su hermanita, pero, algo tenía de siniestro. 
“¡Vamos a jugar, hermanito!”.
Se volvió intolerable. Hasta alguien de su edad sabía que esa voz no venía de dentro de su cabeza, sino desde afuera. Miró a todas partes hasta que su vista se posó en la muñeca preferida de su hermana. Una muñeca enorme que a veces parecía ser más grande que Ximena, incluso. 
Los ojos vidriosos de la muñeca le miraban atentamente. Algo de esos ojos lo atrapaban, le impedían moverse. Giró la cabeza lentamente, aunque sólo un cuarto de vuelta. 
Pronto descubrió que es un grave error contar cosas como esa a los padres, pues no siempre entienden. Le habían dicho cosas que se podían resumir como: “¿Quieres llamar la atención incluso después de LO QUE HICISTE?”. 
En realidad nada cambió. Lo seguían enviando a la vieja habitación. Ahora, de hecho, parecía ser un castigo. Y la voz seguía ahí, a cada paso que daba era observado.
"No quería escucharla. No quería. 
“Y puedes dejar de hacerlo, si quieres…”.
Volteó hasta donde surgió la voz. Si, era la muñeca que lo miraba aún con esos ojos vidriosos y terriblemente reales. O al menos, aparentaban una mirada bastante “humana”, por decir algo. 
La miró, tratando de controlar su miedo.
“Si, si quiero”, dijo casi instintivamente. Pudo jurar que la muñeca le sonrió. 
No se lo dijo, pero supo lo que quería; y es que no podía ser de otro modo. Pero no era capaz de hacerlo… ¿Era preferible escuchar esa voz para siempre, quizás? 
Salió aún abrumado de la habitación y corrió sin detenerse hasta que estuvo en su propia cama. 
Tenía que pensárselo bien. Muy, muy bien.
Salió de su habitación a mitad de la noche para mitigar su sed. Bajó las escaleras procurando no hacer ruido; despertar a sus padres sería un gran error.
Luego de tomar un vaso de agua subió las escaleras otra vez. Esta vez notó que la habitación de su hermana tenía la puerta abierta. Una luz salía de ella.
Al traspasar la puerta pudo sentir el cambio de ambiente. El aire se notaba enrarecido y sus pasos eran mucho más pesados. La luz provenía de la lámpara de noche de su pequeña hermana. La apagó dulcemente, con lágrimas en los ojos y se apresuró a salir. Pero no pudo. Algo no lo dejaba avanzar ni un poco. Él sabía bien que era.
“Hazlo y todo esto terminará. Sólo juega una vez conmigo y se acaba… lo prometo”. 
No tenía otra opción. Quería deshacerse de esa voz en su cabeza, en la boca de la muñeca. 
Bajó a la cocina. Tomó un cuchillo decidido a “jugar” con la muñeca preferida de su hermanita. Subió despacio las escaleras, abrió silenciosamente la puerta de la habitación de sus padres y los miró dormir más apaciblemente que de costumbre. Casi se arrepentía de hacerlo, pero deseaba dejar de escuchar esa maldita voz. Cerró los ojos, respiró hondo y, con el corazón lleno de ira, procedió a cortar sus frágiles venas de 7 años. List 640p544545454

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